Cristina García Rodero «Una cámara fotográfica puede ser un escudo o un instrumento para acariciar»

La mujer que sostiene al niño ya no vive. El sida ha borrado su negativo. Sólo permanece la foto, la angustia de sentirse culpable y el llanto profético de su hija.

La niña de grandes ojos azules, su niña, no ve. La ansiedad de una fotógrafa a la que la vista le ha dado todo y la belleza de una pequeña mujer de la India sabiendo sobrevivir en negro, se funden en esa foto.

La niña albina muestra su collar. El elemento que llama la atención a la fotógrafa, el que casi nadie se fija, el que hace diferente la instantánea y enmarcara el color blanco de la piel de la chica.

Otra niña de doce años, seria, triste, con una saca de arroz entre sus brazos, vende su alma a la dote de sus padres, un futuro condicionado en una zona del mundo incierta.

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Rostros anónimos para el retrato, historias dilapidadas en una Tierra de Sueños, una tierra donde a pesar de la miseria, la gente ríe, la gente llora y la gente viste con los colores más potentes del planeta. Detrás, la maestra Cristina García Rodero. De esa España Oculta, borrachos, taxistas, camioneros, niños, curas, alcaldes, camareros, ricachones y mendigos pasamos a una «Tierra de sueños» de la Fundación “La Caixa”, una muestra sin complejos de la singularidad y asimetría del mundo rural en la India, en las comunidades de Anantapur, con especial atención al rol que ocupan las mujeres.

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Repite su mantra antes de mostrarnos su trabajo, fotografiar es querer ver, querer ver con sentimiento. Ahí arranca su viaje, otra aventura fotográfica a la que agradecer a uno/a de las/los mejores profesionales de la fotografía de España.

El paso del analógico al digital no pesa a García Roderocon la cámara muy bien con lo demás nada de nada, la revolución digital me ha dejado una isla con mi objetivo…comenta mientras ríe…El ordenador me sirve para abrir etiquetas y tirar a la papelera aquello que no vale. Y de ahí no salgo…dice humilde. Subraya que con la nueva era digital existen una infinidad de recursos que antes eran largos y muchas veces poco fructíferos…Puedes cambiar el color en una zona pequeñita, el contraste, la densidad, recortarlo, dibujar perfectamente el cuadro, mientras que antes, con el blanco y negro, por ejemplo, te tenías que hacer plantillas para que el cielo se oscureciera algo más, para hacer una copia buena necesitabas muchas veces, siete copias malas antes. Enfrentarse al laboratorio, aunque tuvieras apuntado todos los datos de lo que requería cada foto, era un proceso nuevo.

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La mascarilla de García Rodero empaña sus gafas, pero sigue viendo, por la inercia de los años, por repetitivo trabajo de encuadrar a las personas desde hace más de 50 años. Nos mira, nos sigue contando emocionada su labor como testigo de historias vivas. Nos dice que la beca de la Fundación Juan March fue la culpable de dejarlo todo por la fotografía. Año 1973 y Franco aún seguía haciendo la España muy negra y oculta. Ahí comienza el viaje de Cristina García RoderoLa vida es así, mis estudios de Bellas artes me ayudó mucho, hacía fotos, pero en plan artístico, yo era muy muy artista… ríe, reímos ante esa declaración de amor por el arte.

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Enganchada por el trabajo que comenzaba a realizar, para la fotógrafa, la primera mujer española de la Agencia Magnum, sello del que se siente algo cansada, consistía en conocer la vida de la gente, no saber lo que se iba a encontrar y luchar para sacar su trabajo lo más digno posible, la convirtió en una mujer casada con su cámara de fotos… Fue muy duro, una lucha tremenda en todos los sentidos, física, psíquica, intelectual, un trabajo de resistencia que me trae recuerdos de miedos y soledad. Carreteras heladas, zonas sin luz, sin comida, pero con mucha gente hospitalaria y sencilla.  

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Cristina García Rodero nos habla de Koldo Chamorro, otro colega de profesión al que a veces acompañaba en sus viajes, nos habla de las copias perfectas del laboratorio de Castro Prieto. El blanco y negro contrastado, lleno de grano, que no de ruido, expresivo y elegante. Rodero nos habla su profesor de pintura, Antonio López, el que le hizo sentir con el alma todo aquello que se hace en la vida. La fotógrafa de Puertollano nos habla de esas personas anónimas que le dieron alojamiento, un plato de comida y una sonrisa en las situaciones más extremas.

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Nos da un consejo antes de coger el tren de vuelta, por favor vengan de noche a ver la exposición, están muy contrastadas porque están retroiluminadas, sólo os pido eso. Un paso, dos pasos y vemos desaparecer de entre sus fotos a una grande de la fotografía.

Willy López | Fotografía. Félix Méndez

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